Las puertas de Tallín

Dan una alegre bienvenida a quien las traspasa, y llenan de tonalidades los paseos de los que caminamos por el centro histórico de Tallín. De metal o de madera, las puertas generan un impacto cromático en quien las admira. Animan la vista, colorean las calles, y se han convertido en un emblema estonio.

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Sigo encantado con esta ciudad que tiene un casco histórico esmeradamente conservado y bañado de color en cualquiera de los recorridos que en él he realizado. La arquitectura es a veces rusa, a veces nórdica, por lo general austera, y siempre evoca un pasado lleno de historias. Pero Tallín no solamente está adornada por sus construcciones, también lo está por las leyendas. Y es que siendo una ciudad “de cuento”, no deja de respirar leyendas a cada paso: sobre su origen, sobre sus invasiones o sus constructores, y cómo no, de fantasmas.

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Hay trozos de esta villa medieval, en los que es fácil imaginar a las tropas invasoras que acecharon a esta nación durante años: por momentos son soldados de la Alemania nazi, los que vienen a mi cabeza caminando cuesta arriba de la colina de Toompea, y en ocasiones, al final de cualquier callejuela, son tanques soviéticos los que en mi imaginación vislumbro estacionados en frente de fachadas rosas o celestes.

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Es “armonía”, en mi concepto, la palabra que mejor define la estética de esta capital báltica. Materiales como la piedra y la madera, o como el metal y el ladrillo, juguetean equilibradamente por callejones y pequeñas plazas. El resultado no es otro que el de un casco antiguo plagado de colores suaves o tonalidades brillantes, una especie de paleta cromática que emana de las construcciones con la simplicidad y la belleza de la ilustración de una fábula, o mejor, de un sueño…

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A la ciudad vieja se accede por alguna de las puertas de piedra que se desprenden de la gruesa muralla, y son ellas por ende, los puntos de referencia de cualquier mapa. Dentro del recinto amurallado, las puertas de edificios, comercios y viviendas, son las que otorgan color al perfil de la villa. Supongo que fueron sus propietarios los que las idearon con la ayuda de los arquitectos en boga, y en cualquier caso, parece que hablaran, que dijeran “Mírame, detállame…” No deja de asombrar el contraste de piedra y color. Imagino la ciudad nevada a más no poder, envuelta en la densa niebla báltica del invierno, cuando los colores de las puertas probablemente ejercen las funciones de una brújula, en un trazado del siglo XV, cubierto por un manto blanco.

Por su parte, la Rusia de los zares, se manifiesta con elegante arrogancia ante las puertas de la Catedral Ortodoxa en lo alto de la parte medieval, y también en el parque de Kadriorg –fuera del recinto amurallado-, donde se halla el Palacio de Verano de Pedro I, el gran zar de la dinastía Romanov, y fundador de San Petersburgo.

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En los recorridos hasta las diferentes atracciones, los paseantes no somos indiferentes a las puertas, ellas normalmente destacan por sí solas. No son pocas las que se observan en el tramo entre la Raekoja Plats, o Plaza del Ayuntamiento, y la Oleviste Kirik, o iglesia de San Olav, la que tuvo en su momento la máxima altura de la costa báltica, construida según una leyenda, por un enigmático hombre, que en el siglo XII, se ofreció a levantarla sin cobrar, a cambio de que alguien adivinara su nombre. Pasaron varios meses y nadie conseguía dar con el apelativo del artesano. Un día, un transeúnte oyó el llanto de un niño proveniente de una de las casas medievales, y al asomarse por una ventana, vio a una mujer que sosteniendo el niño en sus brazos, le decía. “No llores más. Olav, no tardará en llegar”. El peatón, corrió hasta el lugar de las obras, y gritó al misterioso hombre: “Oye, Olav…”, el hombre se giró, y desde entonces a este templo se le conoce como Iglesia de San Olav.

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Lilas, rosas, azules claros y celestes, amarillos tostados y cremas, o verdes esmeralda y rojos burdeos, destellan uniformidad y creatividad en unas puertas, cuyo colorido espectro habla de los diferentes estilos arquitectónicos y diseños imperantes en otras épocas. Las puertas de Tallín, son el resultado de las manos artesanas de Estonia, y en gran parte, un resumen de su historia. Talladas, pintadas, realzadas o simples, las puertas me acompañan, me miran y me permiten entender –con la ayuda de varias leyendas- los oficios de quienes habitaron la villa en el pasado. En su mayoría fueron comerciantes afincados en una ciudad, fundada por lo vikingos, y disputada por todos los países fronterizos.

Tallín ha sido declarada Capital Europea de la Cultura 2011, y desde ya, todas “sus puertas están abiertas” a un público que podrá disfrutar de los más variados eventos y espectáculos. La programación para cada mes puede consultarse detalladamente en el siguiente enlace:

http://www.tallinn2011.ee/eng

6 comentarios sobre “Las puertas de Tallín”

  1. Fantástico artículo, ¿¡quién, lo diría!?.

    Hasta el momento…y perdonad la brutalidad…conocía Tallín por un horterisimo festival de música.

  2. Tallín, es lo que conocemos como una «CAJA DE SORPRESAS». Gracias por los comentarios, seguimos trabajando para traer siempre algo novedoso a nuetro blog.

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