En la región costera centro-oriental de Venezuela se encuentra el Parque Nacional de Morrocoy, que discurre entre las poblaciones de Tucacas y Chichiriviche a lo largo del llamado Golfo Triste en pleno mar Caribe. Hace parte del listado oficial de Imparques (Instituto Nacional de Parques) desde el año 1.974, y cuenta con algo más de 32.000 hectáreas que abarcan un trozo de sector continental constituído por el cerro Chichiriviche, una franja costera conformada por manglares y lagunas, y un sector marino en el que se ubica un fascinante grupo de cayos e islotes.
Aunque el mayor atractivo del parque sean sus playas y sus aguas, caribes, tibias, azules y verdes de todos los colores, ideales para el buceo y los deportes acuáticos, la abundancia de fauna es también muy amplia. Hay una gran cantidad y diversidad de aves, que contribuyen a la riqueza de colores de los atardeceres: corocoras, garzas, colibríes, flamencos y llamativos pájaros tropicales. Caimanes, tortugas, monos y venados habitan en el parque, también pueden ser observados pero no con la misma facilidad.
Para sacar el mayor partido y gusto de este enclave caribeño, probablemente lo más recomendable sea dormir en alguna de las poblaciones aledañas, y desde allí realizar durante el día las diversas excursiones. Sin duda alguna las posadas sean lo más aconsejable como alojamiento, ya que brindan al huésped el encanto de la región ofreciendo un destacado servicio, que por lo general incluye algunas de las comidas, y en algunos casos el servicio de lancha. A este respecto, consideramos que lo mejor es alquilar un servicio privado con las conocidas embarcaciones de los pescadores locales, llamadas “peñeros”; el precio es razonable y uno mismo puede trazar la ruta a su antojo. En las marinas de Tucacas y Chichiriviche, siempre es posible contratar embarcaciones de mayor envergadura, como lanchas deportivas e incluso pequeños yates. Hay que tener presente que muchos de los lugares son únicamente accesibles en las barcas de pescadores, los peñeros, ya que el mangle está presente a lo largo de muchos de los recorridos dentro del parque, y se hace imposible navegar en embarcaciones de mayor tamaño.
La distancia que separa a Caracas del parque es de 250 km, se recorren por la autopista Caracas-Morón y luego por la troncal 3, hasta Tucacas. Un trayecto que se realiza en algo menos de cuatro horas. También se puede volar hasta las ciudades de Valencia o Puerto Cabello, y desde ahí seguir unos 140 km, por tierra, hasta el parque.
Emprendimos nuestra travesía desde Tucacas en el “peñero” con nuestro capitán y un guía local. Dejamos Tucacas cruzando los manglares de Punta Brava. Divisamos lejos Las Ánimas, un cayo en el que existe un cementerio indígena, sobre el que se tejen diversas leyendas de épocas de piratas y corsarios.
Avanzamos, y en la lejanía, comienza a asomar el rosario de cayos. Los Pájaros, llama nuestra atención pues en las ramas de los árboles moran cientos de tijeretas de mar y garzas, que al escuchar el motor de la lancha, cubren el cielo con sus blancas alas.
La Herradura, es un escondido sendero de agua cristalina en medio de los manglares; caminamos entre él, con el agua a la cintura, siguiendo la forma que da origen al camino que se encuentra en el interior del cayo Tucupido. Al final del recorrido, del otro lado del cayo, nos esperaba nuestra embarcación. Es uno de estos sitios que solamente los locales conocen, y que gracias a su generosidad pudimos disfrutar. A pesar de que los mosquitos abundan en los manglares, nos pudo más el deseo de adentrarnos en ese paraíso, que el temor a las picaduras.
En otro cayo, un muelle de madera nos invita a una blanca playa de prístinas aguas con esas tonalidades de verdes y azules, que siempre imaginamos cuando pensamos en el Caribe. Es Playuela. Aquí hay servicio de sombrillas y sillas, está algo concurrida, aunque no en exceso. Las palmeras abundan; un sendero nos conduce hacia una playa algo más pequeña, llamada Playuelita, en la que suelen impartirse cursos de buceo, y a la que acuden los que buscan un lugar más cerrado y más privado.
Cayo Sombrero, es uno de los más visitados; aunque su belleza sea inmensa, por la calidad de su arena, por el color del agua y la inmensa cantidad de palmeras, preferimos seguir en busca de un lugar más tranquilo.
Nos dirigimos hacia Mallorquina. A pesar de estar sobre terreno continental, a esta playa sólo puede accederse por agua, o en vehículo cuatro por cuatro, además de tener que hacer una larga caminata; desde hace poco la ruta vehicular está prohibida. La parte posterior de la playa es una apacible y espectacular laguna de tranquilas aguas, rodeada por una exuberante vegetación llena de manglares. El acceso a la playa es algo complicado debido a las corrientes marinas provenientes de mar abierto, y por razones de seguridad el desembarque se debe realizar a cierta distancia de la orilla. La intensidad del turquesa de las aguas, y la fuerza de las olas que revientan en una arena de un blanco imposible, exaltan todo sentimiento de la estética. El sitio es idílico. La larga y solitaria playa se impone ante nuestra vista como uno de esos lugares secretos, siempre deseados por todo amante de la naturaleza. Es sin duda, una de las playas más bonitas que puedan conocerse. En uno de sus extremos hay una pequeña loma y subirla para contemplar la vista, es una odisea irresistible a pesar de resultar algo complicado; hay quien dice que alcanzar esta loma es llegar al cielo, pero hay que bajar nuevamente para contarlo. El ascenso también se puede realizar a través de una cueva que se encuentra en la playa. Escalarla bajo la escasa luz junto con el ruido del mar , para coronar la cima, es una aventura inolvidable; sin embargo no todos están dispuestos a emprenderla.
Un baño de sol, un rato de meditación en esta solitaria extensión de arena caribeña, o un chapuzón que permita sentir cómo el agua corre como un río debido a las corrientes que pasan por el lugar, pueden ser sencillos actos que colman de placer al visitante. Es, pienso, algo semejante a estar el paraíso.
Probablemente el mejor lugar para comer, sea cayo Payclá, muy cerca de Tucacas. Se dice que este cayo perteneció a Pablo y Claudio, unos personajes que vieron cómo se les escapaba ese trozo de paraíso, cuando el gobierno decidió expropiarlo comienzos de los años 70, de ahí su nombre. Una especie de religión a la hora de la comida es el pescado frito acompañado de patacones.
En los Parques Nacionales de Venezuela, está prohibida la venta de bebidas alcohólicas, y en ausencia de cerveza, los refrescos están a la orden del día.
Si la perfección de la naturaleza está en Mallorquina, la alegría caribeña y el jovial carácter del venezolano se plasman en Los Juanes. Estos cayos en medio de la nada, con sus bancos de arena poco profundos, sirven de escenario para el encuentro de varias embarcaciones que al calor del día y del ron nacional, convierten el aislado paraje en una especie de “rave caribeña”, donde la música proveniente de las lanchas, los tragos del atardecer (salidos de las neveras de las barcas), y la presencia de unas pocas chalupas dedicadas a la venta de ceviche, langosta y ensaladas de mariscos, despiden el día de una forma divertida, con una fiesta improvisada y deliciosa. A la hora de pagar el consumo, no se preocupe por el efectivo, puede hacer uso de su tarjeta de crédito gracias a los datáfonos que los pescadores llevan a bordo. El lugar y el ambiente que en él se recrea, nos recuerdan alguna historia imposible del Caribe, contada por García Márquez.
En este Parque Natural no hay que salir del agua para nada, pues ya hemos visto que en las piscinas naturales de Pescadores y de Los Juanes, en medio del mar, todo es posible.
Hacia el este, Playa Mero, ofrece una blanca playa en la cual la privacidad está casi totalmente agarantizada debido a que es la más distante de todas. Cayo Sal y Cayo Norte son de obligada visita para los aficionados al buceo. Y aunque Cayo Borracho tiene fama de ser el más bonito de todo el parque, no se puede visitar debido a la protección imperante a las tortugas que allí desovan. Ya más cerca de Chichiriviche, están los hermosos Cayo Peraza y Cayo Pelón. Algunos de estos carecen de sombra, por lo que el uso de protector solar biodegradable, es imprescindible.
Con la nostalgia de la partida, nos despedimos del parque, con el firme deseo de volver algún día; también nos llevamos en los recuerdos a los vendedores de helados, que dejando flotar sobre las aguas su neverita, hacen sonar la campanilla que anuncia su refrescante venta, en medio del calor del trópico. Una faceta que nunca antes habíamos visto en el Caribe.
Tenemos la esperanza de que el turismo consiga respetar cada vez más este entorno natural del estado Falcón, que se precia de tener después de Los Roques, las aguas más cristalinas de Venezuela.
Una vez más los cayos dormirán poblados de magia, ensueños, nostalgias, estrellas…
