más castizo que la calle de Alcalá”.
La botella que dio inicio a la colección del señor Chicote, fue una de cachaça, regalo del entonces embajador de Brasil en España. Menos pomposo debe ser el aguardiente de caña de azúcar, que llevan las caipirinhas de Rio Scenarium, otro bar al que siempre vuelvo cuando estoy en Rio de Janeiro. Este imperio kitsch de la música brasileña, reúne en unos edificios viejos del barrio de Lapa, los conceptos de bar y restaurante en un ambiente de anticuario tropical, con ese toque de mistura que solamente los brasileños saben conjugar, evocando lo autóctono con lo europeo y lo viejo con la vanguardia. No exagero si digo que varias veces al llegar a Río, tras las 10 horas de vuelo que hay desde Madrid, me he registrado en el hotel, y he salido corriendo a la Rua de Lavradio, al encuentro de conocidos y asiduos a este lugar que siempre me retrotrae a un salón de baile de los años veinte, y en donde el estruendo de una batucada o las notas de una bossanova, consiguen mermar cualquier efecto del jet lag, dejando para el resto del viaje, el alma completamente feliz. En Rio Scenarium, todo el mundo está enamorado de la ciudad, y la ciudad a su vez, lo está de este pabellón cultural. Un patrimonio del alma carioca en pleno centro histórico de la “Cidade Maravilhosa”.
Es curioso, y ahora que lo pienso, ha de existir alguna extraña relación en mi psique entre las horas de vuelo y los bares. No debe ser casualidad, que en mi lista de quehaceres en Bangkok, aparezca siempre una escapada al moderno “Sirocco”. Un Singapore Sling -ese mítico trago inventado en el glamuroso Hotel Raffles de Singapur antes de la primera guerra mundial-, es la bebida perfecta para disfrutar de un escenario plagado de sortilegios: una terraza al aire libre en un piso 63, Bangkok a los pies, un cuarteto de jazz de fondo y una barra circular, que por momentos, parece suspendida en el aire. Es sentirse a las puertas del cielo. Este bar, salpica de abrazos los cuatro puntos cardinales de la llamada “Ciudad de los Ángeles”, siendo desde hace varios años todo un referente de modernidad thai.
Dicen en La Habana, que después de varios daiquiris a Don Ernesto le daba por repartir también, fuertes abrazos. Me refiero a Hemingway, asiduo bebedor de daiquiris en El Floridita,el cuarto bar de mi relato.
Ese que aún continúa en la esquina de Obispo y Monserrate, en el mismo sitio que lleva 190 años, y que desde la década de los cincuenta mantiene su decoración estilo regency. La receta de su rum sour o daiquiri, es bastante simple: zumo de limón, azúcar, hielo triturado, y ron. El Nóbel de literatura exigía una versión corregida y aumentada: doble medida de ron –por supuesto-, un poco de zumo de pomelo y medio limón exprimido; todo ello coronado con muchísimo hielo picado, y lo más importante, nada de azúcar. Durante 20 años ocupó aquí la misma butaca, esa que aún le espera, al igual que la copa que se posa sobre la barra.
“La bebida no podía ser mejor, ni siquiera parecida, en
Ninguna otra parte del mundo… Hudson estaba
Bebiendo otro daiquiri helado y al levantarlo, pesado
Y con la copa bordeada de escarcha, miró la parte clara
Debajo de la cima frappé y le recordó el mar”.
“Islas en el Golfo” E. Hemingway
El Duque de Windsor, Tenesse Williams o Dominguín, entre otros, fueron asiduos de esta casa, y fanáticos de su daiquiri. Inevitablemente, El Floridita mantiene un romántico affaire con esta capital del son y del bolero.
Y como bien sabemos, no hay quinto malo. Mi último templo del copeo, se llama “Bibendum”, sí, igual que la mascota gráfica de la empresa Michelín. Se encuentra en un edificio Art Noveau de 1909, construido para ser la sede londinense de la casa francesa de neumáticos. Este capricho arquitectónico, decorado en 1985 por el estudio de diseño de Sir Terence Conran (el creador de Habitat), cuenta con un afamado restaurante, y un Oyster Bar que es el alma y corazón del lugar. Saborear aquí una copa de champagne bien frío, tras cualquier jornada en Londres, es una cita que muchos de nosotros solemos cumplir por agenda. La exhibición de pescados y crustáceos, siempre me recuerda la sección de alimentación de Harrod´s. Simplemente por contemplar el edificio de Bibendum, el sitio merece una visita.
Por Madrid, Rio, Bangkok, La Habana y Londres. Por sus afamados bares, un brindis emblemático: SALUD!
Desafortunadamente donde vivo ahora no tengo EL BAR DE LA ESQUINA, caminaré un poco para acompañarte en el brindis.
Bodega Habana, Calle Larga Sanlucar de Barrameda, mas de 110 años de Historia, silencio, que se impone por la trascendencia del lugar,los habituales han trasegado tres veces la reserva estrategica de la Mejor Manzanilla Pasada: Siempre Argueso. Me falta mucho por beber para llegar a alcanzar ese Karma, esa Calma …
Maravilloso artículo, me dan ganas de volverme una borracha ! Brindo por usted y por todos los seres que gozamos en los bares…desconfío de la gente que no toma una gota de alcohol…mmmm
espero brindar en alguno de ellos y disfrutar de tu compañia