Dicen que Senegal sólo revela su alma a quienes saben respetarlo, escucharlo y hablarle… A un lado del río que lleva su nombre, está el África árabe, al otro, el África negra.

Para cuando este post se publique, probablemente yo ya habré aterrizado en Dakar, y esté realizando a un sueño de muchos años: conocer Senegal. La intriga y la emoción son grandes, la incógnita de enfrentar mis propias ideas preconcebidas del destino con la realidad, a veces me desvela un poco, por aquello de poder toparme con una sensación que detesto, la decepción. Me tranquiliza el saber que África nunca decepciona, todo lo contrario, por difícil que algunas veces sea comprenderla, a mí siempre me cautiva, siempre me engancha.
Estoy seguro que todo lo que he pensado acerca del destino no debe distar mucho de la realidad, las tierras de la península de Cabo Verde, en el África occidental, deben estar llenas de aventuras y fascinación.

El ritmo de la ciudad ha de ser como el del consagrado tam tam de la música de Senegal que viaja libre por el mundo. Un viaje que empezó cuando el grupo “Super Estrella” de Youssou N´Dour, fue lanzado al estrellato de la mano de Peter Gabriel en la década de los 80. El ritmo de Dakar seguro es frenético, alegre y simpático. Quiero conocer a los “griots”, esos seres entre brujos y poetas que cantan acompañados de la kora, ese instrumento africano similar al laúd.
Dakar, significa tamarindo. Qué bonita palabra, qué hermoso nombre. Los atractivos de esta capital, con certeza, tienen que ser muchos y deben ser tan seductores como su topónimo. Me la imagino color arena ocre del desierto, la percibo caótica, calurosa y misteriosa.

Pienso en unas calles repletas de gente, con las mujeres vestidas con batas multicolor, y con sus “togas” con estampados geométricos y zoomorfos sobre sus cabezas. Si es viernes, día de oración para los musulmanes, pienso en los hombres vestidos de chilabas de colores pasteles, que salen de la mezquita con caras de tranquilidad y sosiego. Todos hablan francés, pero también todos hablan por teléfono, y quizá lo hacen en wolof, la segunda lengua del país. En las grandes urbes del continente negro, adoran los móviles, quienes se los pueden permitir, son adictos a ellos.

El ambiente lo intuyo húmedo y con olor a guanábana, a mango, a trópico frutal. Aire marino, luz del mar, y vientos de sal, corren sonrientes por la avenida principal de la playa que recibe las olas del Atlántico. La misma a la que llegan en las tardes coloridas y brillantes embarcaciones típicas de pescadores. Supongo que por ser el país un gran productor de cacahuetes, las esquinas deben oler a lo que en el trópico suramericano llamamos “maní tostado”… Sé que hay muchos mercados, y solo de pensar en su ambiente, me lleno de impaciencia. Intuyo que el sol aviva en ellos los colores, y los olores. Sé que en la gastronomía senegalesa el arroz y el pescado son elementos fundamentales. De hecho, uno de los platos nacionales se llama “Thieboudienne Buer”, es un arroz con pescado.

Me encantaría que me invitaran a comer a una casa de una familia de Dakar. Visualizo a los niños que juguetean medio desnudos por el suelo, que ríen y miran tiernamente, y me visualizo a mí mismo saboreando emocionado, un delicioso jugo de tamarindo, o de zapote (sí, Senegal es un gran productor de zapote). Varias mujeres se encargan de los preparativos, deambulan entre hornillos, cazuelas, cestas con verduras y barreños con peces, o pollos que circulan por el patio en medio de la algarabía… La hermana mayor le hace un laberinto de trenzas a una pequeña que se queja y chilla. Un vendedor ambulante se cuela de repente, y empieza a ofrecer un muestrario variopinto de amuletos animistas -era lo único que faltaba-, la mayor de las mujeres, da órdenes en voz baja y con una mirada seria y penetrante, todo lo controla, y todos la respetan. Ya huele a “Thieboudienne” y dentro de poco nos sentaremos en el suelo y comeremos con la mano. Me encantaría, pero aunque es algo improbable, básicamente por la agenda que me espera, no me hace falta que esto suceda para conocer la generosidad de sus gentes, por algo se le llama a Senegal la tierra del “térenga”, o lo que es lo mismo, de la hospitalidad; de eso estoy seguro.

Senegal es la tierra del “baobab”, ese árbol milenario y sagrado de África, al que también se le conoce por su forma, como “árbol botella”, es el símbolo de una nación que adquiriera la independencia de los franceses en 1960. “Pan de Mono” es el nombre del fruto del baobab, el sabor de su blanca pulpa es ácido y azucarado, casi una golosina…

En la isla de Gorée en frente de la ciudad se encuentra la “Casa de los Esclavos” construída en 1783, que “encadenada” al recuerdo de un pasado de explotación y vejaciones recuerda hoy libremente, cómo desde ella partieron muchos hombres “cazados” hacia ultramar… Dakkar es el punto más occidental de África, lo que fomentó el hecho que desde su costa fueran embarcados más de 20 millones de almas negras, sin duda, imprescindibles en la construcción del Nuevo Mundo. Me han contado que los escenarios de esta isla son maravillosos, que sus construcciones antiguas de adobe sacuden el entorno en una explosión multicolor. Desde ya, me siento atrapado por ella.


A estas alturas muchos de nuestros lectores saben la gran valoración que doy al color, y desde que supe que en Senegal existe un lago rosado, sueño con el instante de contemplarlo y fotografiarlo. Creo que Senegal es un foco de riqueza natural y humana, cuyos principales atractivos están marcados por el colores, aromas y sonidos.

Quisiera finalizar con un poema de Borges, para que cada cual sueñe con este país del oeste africano:
Dakar
Dakar está en la encrucijada del sol, del desierto y del mar.
El sol nos tapa el firmamento, el arenal acecha en los caminos,
el mar es un encono.
He visto un jefe en cuya manta era más ardiente lo azul que en
el cielo incendiado.
La mezquita cerca del biógrafo luce una claridad de plegaria.
La resolana aleja las chozas, el sol como un ladrón escala los
muros.
Africa tiene en la eternidad su destino, donde hay hazañas, ídolos,
reinos, arduos bosques y espadas.
Yo he logrado un atardecer y una aldea.

Que maravilla de viaje, sobre todo, cuando ni siquiera hay que ir, pues te lo cuenta, te lo hace vivir y disfrutar, Don Hernando Reyes Isaza
Hernando, ya vale…sí, sí, muy bonito pero es que no puedo leer tus artículos sin sentir mucha envídia….de la mala!!
En mi próxima vida quiero reencarnarme en ti.
Está buenísimo este post, dan ganas de irse con usted aunque sea llevándole la maleta!Y el poema de Borges es maravilloso, no lo conocía para nada, es realmente genial!