Curazao, insignia holandesa del Caribe

Si algo tiene el Caribe es su capacidad para sorprender. Cada isla es un mundo con identidad propia, características intrínsecas y una población que venera sus raíces afro a ritmo de música y sonrisas en un escenario, por lo general, regado por los azules imposibles del más seductor y romántico de los mares.

Hay muchos “Caribes” y, aunque todos estén envueltos de esa cordialidad, simpatía y autenticidad que bien definen a los habitantes de una región en la que han confluido diversas culturas a lo largo de la historia, nada tienen que ver el uno con el otro.

Hemos viajado hasta el Caribe holandés y en Curazao, la C del célebre ABC neerlandés –junto con las islas de Aruba y Bonaire–, hemos confirmado lo que reza su eslogan publicitario: “Curazao es diferente”.

Este pedazo insular, que mide sesenta kilómetros de norte a sur y abarca tan solo catorce en su parte más ancha, presenta unos atractivos que la diferencian ampliamente de sus vecinas. Con un incremento permanente en el número de cruceros que la visitan es también el rincón perfecto para los viajeros independientes y uno de los epicentros mundiales en cuanto a oferta de paisajes submarinos. No en vano, aparece ya en varios de los listados de destinos que la prensa internacional recomienda como “imprescindibles” para este 2012 que comienza.

Su capital es un lugar marcado por la identidad que imponen las construcciones holandesas del s. XVII y que le otorgan un carácter muy europeo. Curazao, con su vegetación desértica, ofrece formaciones geológicas y arrecifes de gran belleza que esconden pequeñas playas y calas que recuerdan al Mediterráneo; en el interior, muchas mansiones de antiguas plantaciones coloniales relucen como museos, restaurantes o galerías de arte. La población curazoleña es un crisol cultural resultado del mestizaje aportado por las más de cincuenta nacionalidades que se han asentado en una isla que otrora fuera un importante eje del comercio de esclavos.

Willemstad, Patrimonio Mundial de la Humanidad

Fue en 1634 cuando los holandeses escogieron esta ciudad sobre la Bahía de Santa Ana para hacer de ella uno de sus más importantes asentamientos en tierras americanas. Cuarenta años más tarde, la formación de la “Compañía Holandesa de las Indias Occidentales”, hizo que la ciudad fuera declarada puerto libre por lo que requeriría de un nombre lo suficientemente “importante” para estimular el comercio. Se bautizó como Willemstad en honor al Estatúder Guillermo III, nombre que ya aparece en archivos históricos desde 1680, y quien posteriormente llegaría a ser rey de Inglaterra.

Su centro histórico está conformado por dos distritos: Otrobanda y Punda, separados entre sí por un brazo de mar sobre el que se erige el puente de pontones Reina Emma, único en el mundo de su categoría que aún funciona y que en la antigüedad no cobraba a aquellos que lo cruzaran descalzos: en su gran mayoría esclavos, a quienes nunca se les permitió calzarse.

En 1974 fue inaugurado el puente vehicular Reina Juliana en honor a la reina que gobernó Holanda entre 1948 y 1980. El puente, que da acceso a las principales carreteras de la isla, es el más elevado de toda la región Caribe y aunque está prohibido recorrerlo a pie, ofrece desde sus 60 metros de altura, las más impresionantes vistas del puerto natural de Curazao.

Punda, un tesoro arquitectónico

El trazado cuadriculado de las calles de Punda, el distrito más turístico, aúna construcciones barrocas de angostas fachadas y vivos colores que, junto a viejos almacenes de puerto que se agolpan sobre Handelskade, Breedstraat y Herenstraat, evocan claramente una villa holandesa, por lo que la ciudad ha recibido el sobrenombre de la “Ámsterdam de los trópicos”. Restaurantes, terrazas, diversas tiendas, galerías de arte y algunos museos aparecen en cualquier recorrido de este singular casco antiguo en el que ya pocos viven y que lo convierten, noche tras noche, en el más plácido de los silencios.

La sinagoga Mikvé Israel-Emanuel, una de las más antiguas del continente, fue construida en 1732 y desde entonces no ha dejado de funcionar. A pesar de un exterior poco atractivo, su interior atesora un sorprendente suelo de arena, impresionantes candelabros, así como los muebles y el púlpito realizados en caoba.

A pocas manzanas, en una mansión de 1729 espléndidamente reformada, se encuentra el Museo Marítimo donde entender la historia marinera de esta isla descubierta por los españoles Alonso de Ojeda y Juan de la Cosa, y que cayera en 1621 en manos holandesas cuando los españoles habían trasladado a la gran mayoría de sus habitantes a la isla de La Española, resulta un verdadero placer.

Al cruzar el puente de Wilhelmina, frente a la misma puerta del museo, se observan ancladas varias embarcaciones de bandera venezolana que, provenientes de la cercana Isla de Margarita, arriban cada mañana sin falta cargadas de pescado fresco. Son los mismos pescadores quienes se encargan de efectuar desde sus propias barcas la venta del llamado Mercado Flotante. Este cuadro, junto con la variedad de puestos de frutas y verduras que lo circundan en tierra, contribuye a engalanar la más variopinta galería de alimentos del trópico.

En el que fuera el antiguo mercado de abastos, conocido como Old Market, se concentran una serie de puestos de comida isleña que ofrecen la faceta más pura de la gastronomía antillana: pescado frito, cabrito en salsa, arroz con frijoles o funchi: una especie de polenta preparada a partir de harina de maíz. Este lugar, muy apetecido por la gente local gracias a sus enormes mesas colectivas, hace de las charlas entre la concurrencia, una de las experiencias más auténticas y entretenidas.

Otro sitio que ayuda a entender mejor la esencia histórica de las Antillas Holandesas es el Museo Postal; su gran colección de sellos y estampillas nos permite hacer un recorrido por el apasionante paso del tiempo en esta parte del Caribe.

Antes de cruzar por el puente de pontones y dirigirnos a Otrobanda, decidimos visitar la Ciudadela Administrativa de Fort Amsterdam, donde se encuentran algunos de los principales edificios del gobierno de las Antillas, entre los que destaca el Palacio del Gobernador.

Otrobanda y el comercio de esclavos

Entre Punda y Otrobanda se levanta el ya mencionado puente Reina Emma, toda una insignia de Curazao, que se abre en dos desplazándose sobre el agua gracias a dos potentes motores de barco. Observar su apertura para dar paso a cualquiera de los inmensos cruceros es todo un espectáculo que es posible apreciar en primera línea desde la terraza del concurrido “Iguana Café” mientras se degusta una tarta de manzana al más puro estilo holandés o una cerveza de factoría neerlandesa.

Las enormes embarcaciones parecen devorar la ciudad entera en una escena más cercana al surrealismo que a la realidad. Una vez el puente se ha vuelto a cerrar, es hora de pasar a Otrobanda.

De este lado de la ciudad se encuentra el Hotel Kura Hulanda, un establecimiento de lujo que se empeñó en reconstruir muchas de las casas isleñas de madera presentes en el barrio con el único fin de integrarlas a sus instalaciones. Así, pequeñas plazas restauradas, fuentes y callejuelas adoquinadas recrean entre construcciones de tonalidades pasteles, el pasado glorioso de esta isla que vivió su auge económico en los siglos XVI y XVII gracias al horripilante negocio del comercio humano.

Fue al profesor de arte africano Jacob Gelt Dekker a quien se le encargó la dirección de este proyecto de restauración que también incluía la construcción de uno de los museos más impresionantes de todo el Caribe: el de la esclavitud de Kura Hulanda.

Erigido sobre un antiguo asentamiento para el comercio y la redistribución de miles de almas provenientes del África occidental, el museo fue inaugurado en 1999 y alberga la colección particular de arte africano del profesor. Artefactos de madera, joyería precolombina, reliquias de culturas mesopotámicas, textiles o diversas esculturas rinden homenaje a los miles de esclavos llegados a estas tierras. Así mismo, las construcciones en las que eran hacinados los esclavos se recrean con esmero en una exhibición que incluye además una de las embarcaciones que realizaban la travesía desde el otro lado del Atlántico atestadas de almas destinadas a la explotación.

Pequeñas tiendas de joyería o souvenirs, objetos artesanales de artistas locales y galerías de arte se agolpan a lado y lado de las instalaciones de Kura Hulanda consiguiendo mostrar la cara más romántica del glorioso pasado de Curazao.

Otros vecindarios que bien merecen una visita son los de Scharloo y Pietermaai. El primero alberga una importante colección de alegres casas antillanas con terrazas y porches calados, construidas en el s. XIX por los grandes comerciantes de la isla. En el segundo se encuentran la Catedral Católica de Pietermaai, la más grande de la isla, así como diversos edificios públicos de claro corte colonial.

De entre las pocas ciudades del Caribe que ostentan el título de Patrimonio de la Humanidad, Willemstad es toda una sorpresa arquitectónica. Al margen del estilo barroco holandés imperante, destacan las construcciones hechas con piedras de cantera y de coral, una ciudad que congrega algo más de 765 edificaciones declaradas “monumentos nacionales”.

Para quienes se rehúsen a efectuar el recorrido por Willemstad a pie, existe la posibilidad de recorrerla en un tren turístico cuyo recorrido incluye la visita a los lugares más relevantes.

Landhuises, emblemas del poder holandés

Los encantos arquitectónicos no terminan en Willemstad. Cincuenta y cinco son las antiguas mansiones y casas palaciegas de las plantaciones –aquí llamadas landhuises- que aún se mantienen en pie a lo largo y ancho de toda la isla. Aunque algunas siguen siendo residencias privadas, otras como Ascension, Brakkeput Mei Mei o Groot Davelaar están abiertas al público mientras que Landhuis Daniel y Landhuis Dokterstuin se han convertido en elegantes restaurantes.

La mayoría de estas casas tradicionales se encuentran en el campo y se les denomina kunuku, siempre y cuando estén hechas con estacas de madera y barro, y hayan logrado sobrevivir, impávidas, al paso del tiempo. La Oficina de Turismo de Curazao posee amplia información al respecto con mapas detallados y folletos con la historia de estas casonas, así, recorrer la llamada “Ruta de las Landhuises”, es para quien alquila un vehículo o para quien opta por el transporte público una interesante excursión.

El transporte público está bastante bien organizado en Curazao, por lo que lo más aconsejable es acudir a la Estación Central en Punda, desde donde salen los autobuses a diferentes partes de la isla, entre ellas, a algunas de las mansiones históricas como la de Savonet, a la entrada del Parque Nacional Christoffel y que en la actualidad alberga un interesante museo de historia.

Parque Nacional de Christoffel

Este parque, ubicado en el noroeste y famoso por el sinfín de paisajes y actividades que se pueden realizar en él, constituye la reserva natural más grande de la isla. Parte de los terrenos del parque pertenecieron en el pasado a las plantaciones de caña de azúcar de los terratenientes holandeses. La landhuis de Savonet, a través de exhibiciones y audiovisuales explica la historia de esta isla desde sus inicios cuando la poblaban los indios arahuacos hasta la colonización europea, época en la la que, a falta de oro, surgieron con fuerza las plantaciones de caña.

Senderistas, ciclistas y quienes acuden en coche encuentran diversas rutas para recorrer uno de los parques del Caribe con mayor cantidad de especies de cáctus. Los más atrevidos se deciden por subir hasta la cima del Monte Christoffel, la más alta de la isla con 375m de altitud, mientras que las rutas en coche incluyen travesías por antiguas cuevas con pinturas indígenas, grandes formaciones rocosas e imponentes arrecifes sobre la costa. La sobrepoblación de iguanas en la isla hace que en cualquier recorrido se pueda observar con absoluta naturalidad a estos reptiles. Igualmente, se estima que son más  de doscientos cincuenta los venados de cola blanca que habitan en el parque. La observación de estos solo es posible a través de las excursiones que el mismo parque organiza en vehículos 4 x 4 autorizados para penetrar las áreas protegidas. Algo similar ocurre con la célebre “Ruta de las Orquídeas”, una especie que se puede conocer en su propio hábitat a través de los safaris diseñados por las asociaciones ecológicas y botánicas vinculadas a la dirección de Christoffel.

Playas de postal

Para acceder a muchas de las playas y visitar las riquezas naturales de Curazao, es recomendable alquiler un coche. Variadas, no muy extensas, de fina arena blanca arena y solo a veces de arena negra, las playas de esta isla ubicada fuera del área de influencia de huracanes atraen a los amigos de la naturaleza, a los amantes de los deportes acuáticos y a quienes buscan un lugar para el descanso.

Cerca de Willemstad se encuentra Mambo Beach, playa muy apetecida por los locales, y en la que se puede practicar kayak, windsurf así como visitar el Sea Aquarium, uno de los primeros en el mundo en realizar terapias con delfines para niños con síndrome de Down. Para quienes no se atrevan con las inmersiones acuáticas el  Sea Aquarium es el lugar idóneo para acercarse a los fondos marinos de la isla gracias a sus acuarios que recrean uno de los ecosistemas más ricos y diversos del mundo submarino.

Los aficionados al buceo se decantan por las playas volcánicas de Westpunt Bay y de Forti; los amantes del esnórquel escogen Kenepa Grandi, Port Marie o Cas Abou, probablemente las más bonitas de la isla gracias a sus cristalinas aguas. Otras opciones, son Daaibooi Bay, Piscado, Lagun o Playa Jerema, verdaderos remansos naturales para la relajación, en donde es posible montar en moto acuática, dar un paseo en alguna embarcación local o encontrar agradables chiringuitos.