Coincidiendo con el décimo aniversario del Gran Hotel Dómine de Bilbao, el pasado jueves el premiado chef vasco Martín Berasategui inauguraba su nuevo templo del buen comer en la terraza del hotel.

Es la magia del siete, porque sentarse a la mesa de un chef siete estrellas Michelin sirve como excusa perfecta para visitar Bilbao, una ciudad cada día más cosmopolita.
Euskadi se ha apoderado, definitivamente, del firmamento gastronómico que hasta hace no tanto lideraba Cataluña. Los chefs vascos suman 26 estrellas, por lo que queda claro que aquí no se come bien, sino extraordinariamente bien.

Martin Berasategui ha querido hacer coincidir el décimo aniversario del Gran Hotel Dómine de la cadena Silken con la inauguración del restaurante DOMA, ubicado en la azotea del hotel y con las mejores vistas sobre el Guggenheim, que tanto impresionaron a Martín la primera vez que visitó la séptima planta.
Sencillo y tímido, Berasategui, el cocinero español con más estrellas y su jefe de cocina, Moisés Leranoz, han elaborado para el DOMA una carta vanguardista. Es un menú creativo, basado en los sabores tradicionales y tan pegado a la cesta de la compra local que inmediatamente se vincula con el País Vasco. Los veinte años de experiencia del chef consiguen, por lo demás, un espectáculo irrepetible para la vista, el olfato…y sobre todo para el paladar!

Inolvidable el aroma del jamón y el olor del salmón cortados, como la música, en directo. Insuperable cada una de las propuestas que, durante más de 3 horas, llegaban servidas en bandejas compitiendo en colores con la paleta del mejor pintor. Ninguno de los nombres de los platos, por exóticos o completos que fueran, alcanzaban a describir el sinfín de sabores que cada uno contenía. Sublime.
Siguiendo las recomendaciones del propio Martín, ante la duda de decantarse por un menú o plato….la mejor decisión es optar por el menú degustación que agrupa equilibradamente y en pequeñas porciones las mejores creaciones.

Para mí, una de las mejores cosas del DOMA, al margen de la comida, es la normalidad con la que los camareros sirven al comensal, sin encorsetamientos que le hagan sentirse incómodo.
Es probablemente la impronta del “estilo” Berasategui que no duda en mezclarse con la gente, hablar y contar anécdotas, como la que nos permitió saber que la rúbrica Martin Berasategui, emblema de sus restaurantes y que luce en su blanco uniforme de cocinero, es en realidad la de su padre; esa que, durante años, imitó en la cartilla de notas. Hoy se ha convertido en un homenaje.